jueves, noviembre 23, 2006

Huesos, grasa y sangre

En 1976 se inaugura Mercavalencia, hoy en día la mayor concentración de empresas del sector agroalimentario de la Comunidad Valenciana. Con empresas dedicadas a carnes, pescados, flores, frutas y hortalizas. En sus inicios existen claros indicios de una práctica terrible realizada por el gerente de una de las empresas cárnicas. Sebastián Ballesteros era un hombre de negocios con un poblado bigote, pelo cano y penetrantes ojos azules. También llamaba la atención el que le faltase un trozo de oreja y desde la misma descendiese por el cuello una cicatriz que casi le llegaba al hombro. Pronto se instaló en el complejo para, así, aprovechar las ventajas logísticas y de servicios complementarios que la nueva ubicación le proporcionaba. Además de sus inquietudes económicas, Sebastián preparaba la realización de extraños experimentos con personas. En ese entorno macabro iba a realizar su proyecto, donde no huele a carne sino a una mezcla entre el olor cortante de la sangre y el indescriptible aroma del hueso aserrado, esencia de partículas de hueso y grasa en suspensión. Tal vez fue ese olor penetrante el que llevaría a Sebastián a buscar el lado salvaje y primitivo de la especie humana.

Valencia, como otras ciudades de cierto tamaño, es cuna de prácticas ilegales como peleas no regladas, peleas de animales, incluso juegos en los que se apuesta la propia vida, o el alma!. Pero Sebastián se quería desmarcar y con la ayuda de varios alcaldes de pueblos periféricos a la ciudad y de concejales corruptos organizó la macabra lucha por la supervivencia de un ser humano en condiciones extremas.

Para ello en una de las estancias de su empresa empezó a construir el decorado. Una habitación de diez metros cuadrados, totalmente acolchada, con mullidas paredes blancas, suelo forrado con una moqueta y en el techo un enorme foco que se incrustaba en lo que también era una superficie acolchada y roja. Además de lo descrito también existía un ligero abrevadero que podría ser llenado desde fuera, sus cantos también serían redondeados y almohadillados. Sebastián ya tenía su escenario, provisto de cámaras para ser presenciado desde una sala de proyecciones contigua.

El experimento consistiría en encerrar dentro de la estancia a un cerdo de 90 kilos de peso y un hombre de la misma envergadura que debería estar completamente desnudo. Estarían encerrados durante treinta días o hasta que uno de los dos muriese o fuera ejecutado por el otro, con la única provisión del líquido elemento. Era la brutal y absurda lucha entre un cerdo y un hombre por salvar la vida. El tiempo estimado de treinta días obedecía a las indicaciones realizadas por doctores y veterinarios de lo que aguantan cerdos y hombres sin comer. Durante el día el foco sería encendido a lo largo de unos segundos de manera intermitente y a diferentes horas, además la temperatura de la cámara tomaría un valor constante y aleatorio, entre los 5ºC y los 35ºC, cada día. De éste modo el que llegase al final de los treinta días necesariamente tendría que haberse alimentado de su oponente o, al menos, haber acabado con su vida. El que a mis oídos haya llegado ésta práctica me produce escalofríos.

Los participantes fueron buscados entre indigentes, algún voluntario y otras personas que, en su posición de necesidad absoluta, aceptaban a cambio de una importante suma de dinero. Fueron diez las personas que participaron, y con respecto a esto hay dos datos curiosos. Entre los ocho primeros ninguno sobrevivió y fueron devorados por los cochinos ante la impasible mirada de altos cargos y ejecutivos de la sociedad valenciana, que coreaban como en circo romano el triunfo de la bestia. El noveno participante, a los dieciséis días de estar encerrado acabó por matar al cerdo que moriría desangrado tras sufrir patadas y mordiscos en genitales y cara. De este modo salió vencedor y con cinco millones de las antiguas pesetas como premio, a cambio a lo largo de los años ha sufrido severos mareos y una ceguera casi completa, debido al sufrimiento y el hambre pasados.

El décimo participante sería el propio Sebastián, obsesionado por demostrar la valía salvaje del hombre y animado por el "triunfo" de Antonio Migrañas (noveno participante). También acabaría muriendo, al séptimo día sacaban lo que quedaba del cuerpo de Sebastián, que no sería otra cosa que lo que restaba del hombre que un día protagonizó la práctica más macabra que ha azotado a la capital del Turia. Aun quedan por ahí los médicos, veterinarios y cargos públicos cómplices de aquellos sucesos, algunos incluso llegaron a ministros de la nación. Y también la desfigurada imagen de Antonio Migrañas que aun padece los delirios que le acompañarían desde su épica lucha contra un animal de su mismo peso. Pero no sólo es la mente de Antonio la que sigue sufriendo el recuerdo de aquellos hechos.
Si algún día pasáis por los alrededores de Mercavalencia, en el silencio de la noche y bajo la luz cómplice de la luna, escucharéis los chillidos agudos y penetrantes de aquellos cerdos, los gritos desgarradores de los humanos usados como cobayas y los no menos macabros aullidos y risas de los organizadores. Locos por la mezcla de olor a hueso, grasa y sangre.

Aun recuerdo su escurridiza piel, era gruesa, casi impenetrable, yo le atacaba con un miedo a morir que no había sentido jamás. Convulso y débil por el hambre. Lo peor era cuando en nuestros enfrentamientos atenuados por la oscuridad se encendía aquel foco, después de ser deslumbrado sólo podía ver los ojos del animal, como yo, atormentado por el miedo y con la pupila transformada en un interrogante. Es lo más perverso que puede hacerse con personas y animales, salir con vida no fue vencer, fue un castigo que dura desde entonces. Todo me huele...

Antonio Migrañas, víctima del pasado oscuro y misterioso de otro de los rincones de la ciudad donde habito.

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4 Comments:

Blogger El chicharrero terrible said...

Los animales se diferencian de los hombres en que su capacidad de razocinio esta bastante mermada.

Algunos hombres se diferencian de los animales en..., en poca cosa la verdad.

Recuerdo una noche en Madre de Deu, que una señora calva me interrogó, sobre las peleas de cerdos. Ante mi asombro y desconcierto por su pregunta, me contó que antiguamente los cerdos no peleaban entre sí, pero balbuceó algo sobre su hijo que no entendí, pues se puso a llorar. Tras terminar marchó a buscar aquellas peleas que según contaba seguían organizando.

No se si esto tendrá relación con tu historia, pero la verdad es que es escalofriante que sucedan cosas así.

4:40 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Tras una amena conversación
acompañada de cerveza y reaggetón,
no hay mejor que una atenta lectura
de divagaciones guaxes y locura,
mas no es por importunar,
pero aún te queda mucho por jugar
con algun profesor universitario
de marcado carácter identitario.

12:09 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Mercavalencia, gran lugar donde los haya, sobre todo porque allí se puede encontrar fruta, verdura y carnes frescas y de excelente calidad; destaca también por ser el lugar donde Antonio Migrañas cambió su vida para siempre.

7:57 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Yo quiero la prueba,
pero....,
si el lugar de cochino,
puede ser cochina,
si,
cochina........,
mucho mejor.

5:23 p. m.  

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